Las 48 horas más largas de mi vida
Diana Sánchez
El Universal
La vida de las personas en reclusión está sometida a muchos distintos factores y voluntades exteriores, aquí se materializa tanto la decisión como la indecisión de las autoridades. Las personas dentro de las cárceles viven condicionadas a gobiernos que muy pocas veces se ocupan por lo que pasa ahí dentro, porque su única preocupación es encontrar la manera de mantenerlos aislados del resto y evitar que afecten el exterior – de paso, haciéndolos responsables de problemas de fondo como la seguridad en el país y la erosión de nuestra sociedad.
Aun cuando el Estado es el responsable de garantizar las condiciones de vida y los derechos de las personas en prisión, la realidad es que muy pocas veces se procura su vida digna y el diseño de acciones que fomenten y, en mayor medida, garanticen su reinserción. Las personas reclusas importan muy poco, no son electores, no son grupos de presión – el ruido que se escucha dentro de esas paredes no resuena al exterior.
En general, estamos acostumbrados a enfrentarnos a un mundo que no fue creado para nosotros, que se preocupa por los menos y que deja a los demás condicionados a su capacidad de adaptación. Ahí dentro, la historia no es muy diferente – recrudecida – pero la situación se reproduce. En las prisiones se vive bajo una rutina de injusticias, violencia, abusos y corrupción; ahí no hay escapatoria porque la supervivencia, literal y no literalmente, está en juego.
Ahora bien, las mujeres reclusas se enfrentan a condiciones adversas desde muchos frentes; son vulnerables no sólo por estar privadas de la libertad sino por ser mujeres dentro de un sistema que no las reconoce, ni intenta entenderlas y tampoco les procura condiciones adecuadas. Son mujeres que muchas veces llegaron ahí intentando escapar de la cárcel que estaba afuera, impuesta por los seres que debían protegerlas, huyendo de golpes, malos tratos, torturas, amenazas, violaciones y, ¿para qué? para encontrarse con lo mismo en un espacio diferente.
En México existe un problema estructural que se agrava por la aplicación excesiva de la prisión preventiva como mecanismo para garantizar el paradero de una persona durante el tiempo de investigación del delito por el que haya sido imputado. Ello ha derivado en sobrepoblación en los centros de reclusión y en poca atención a las particularidades de cada caso; ahí las mujeres, igual que acá, son consideradas una adhesión en un sistema patriarcal.
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